SILENCIO DE DIOS


Por Lic. Rigoberto A. Becerra D. (MAF)


Cuenta una antigua leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella iba la gente a orar con mucho fervort. En esta ermita contaba con una cruz muy antigua.

Muchos precisamente iban a esa ermita para pedirle al Cristo de esa cruz diferentes milagros.

Pues bien, mi compadre Temistocles, quien se ha vuelto mas creyente, y debido a estar desempleado, como casi siempre, lo pusieron a desempeñarse como monaguillo. Por eso, considerando todos los problemas en los que se ha metido, quiso pedirle un favor a Cristo crucificado, impulsado por un sentimiento generoso. Se puso de rodillas ante la cruz y dijo:

- Mi Jesucristo, quiero padecer por ti. Quiero que me deje ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz. Y estuvo con la mirada fija puesta en la efigie del Cristo, como esperando la respuesta.

El Señor hizo un movimiento de sus labios hablando. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:

- Mi siervo, accedo a tu deseo, pero ha de ser con unas condiciones.

Mi compadre tuvo un sobresalto al oir que realmente el Cristo le estaba hablando. Sin embargo, pudo contestar con rapidez:

- ¿Condiciones, Señor? - dijo con acento suplicante mi compadre Temístocles. - ¿Son unas condiciones muy fuertes?. ¡Estoy dispuesto a cumplirlas con tu ayuda, Señor!, - dijo emocionado mi compadre.

Entonces le dijo Dios:

- Escucha, te voy a dejar ocupar mi puesto pero suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre. Y no le digas a nadie que hicimos este cambio.

Mi compadre dijo:

- Os lo prometo, Señor! Y efectuaron el cambio.

Nadie se dio cuenta del trueque. Nadie pudo reconocer a mi compadre (pues con esa paladera ha rebajado unos cuantos kilos, como muchos venezolanos, y parece un cristo crucificado), colgado con los clavos en la Cruz y a su vez el Señor ocupaba el puesto de mi compadre. Y entonces, mi compadre, por largo tiempo pudo cumplirel compromiso al pie de la letra, a nadie dijo nada, a pesar de las innumerables y diferentes peticiones que todas las tardes, realizaban muchos feligreses.

Pero un tarde, tuvo la visita de un comerciante rico; quien al terminar de orar y retirarse, tuvo el olvido de llevarse su bolsa que contenia cierta cantidad de dinero. Esto lo pudo ver mi compadre, en su papel de Cristo, pero recordando una de las condiciones se mantuvo callado.

Tampoco dijo nada cuando un campesino pobre, que vino a las dos horas siguientes, encontrando la bolsa de dinero del comerciante y, al verla sin dueño, se apropio de ella. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se puso de rodillas, poco mas tarde, para pedirle su gracia y que lo bendijera antes de emprender un largo viaje.

Pero en ese momento iba entrando el comerciante en busca de la bolsa. Al no hallarla y ver al muchacho, tuvo la ocurrencia de que el era el culpable por haberla tomado. El rico mirando al joven le dijo iracundo:

- Dame la bolsa que me has robado!.

El joven sorprendido, dijo:

- No he robado ninguna bolsa!.

- No mientas, me la entrega enseguida!, le dijo el comerciante

- Le repito que no he cogido ninguna bolsa!, le dijo el joven.

Ante la rotunda respuesta del muchacho, el comerciante rico se puso furioso, descargando su furia contra el jovencito. >br>
Entonces una voz fuerte pudo oirse:

- Detente! - El rico, mirando hacia arriba, vio que la imagen le hablaba.

En efecto, mi compadre Temistocles, a pesar de su caradurismo es una persona que no le gustan las injusticias, por lo que no pudo permanecer en silencio, y por eso su grito fuerte, defendiendo al joven, e increpando al rico por acusarlo falsamente.

El comerciante estaba anonadado, saliendo de la Ermita a buscar al campesino, a quien pudo alcanzar e hizo que le devolviera el dinero.

El joven igualmente, a pesar de los golpes recibidos, dijo que se iba porque estaba apurado para emprender su viaje, agradeciendo al Cristo (mi compadre) por haberlo salvado de la paliza que le iba a dar el comerciante

Cuando la Ermita estuvo a solas, Cristo enfrentando a su siervo (mi compadre) le dijo:

- Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio como era una de mis condiciones, la principal.

- ¿Que dice Señor?, - dijo mi compadre - ¿Esperabas que permitiera esa injusticia?.

- Baja, - le dijo nuevamente Cristo, suavemente pero con voz de autoridad.

Se cambiaron de nuevo los oficios. Jesucristo estuvo de nuevo en la Cruz y mi compadre Temistocles parado ante la Cruz escuchaba al Señor, quien se puso a explicarle:

- No era de su saber, que al comerciante le era conveniente perdiera la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer y el pago de unos pocos venezolanos para que retiraran su firma en el Firmazo contra el Presidente Chavez, y con ello se estaban cometiendo dos injusticias y por su proceder ello pudo llevarse a cabo.

- Igualmente no era de su saber, que el campesino, por el contrario, necesitaba ese dinero pues su madre estaba enferma y al tomar ese dinero, aunque no es adecuado tomar lo que no es suyo, por ahora era de gran ayuda en esa dificultad;

- Y en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado sin tener la culpa, de haberlo usted dejado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que cuyo resultado iba a ser fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y el ha perdido la vida. Claro, Tu ignorabas eso. Yo si estaba enterado. Por eso escucho las plegarias y siempre callo, me mantenbgo en silencio.

Y el Señor nuevamente se mantuvo en silencio.

Muchas veces nos preguntamos: ¿por que motivo Dios no nos contesta?, ¿por que motivo se queda callado Dios ante nuestras plegarias?. Muchos de nosotros deseamos que El nos respondiera lo que queremos, pero Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio.
Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que El sabe lo que hace. En su silencio nos dice con amor:

¡Confiad en mi, que se bien lo que debo hacer!