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Maracaibo, Venezuela. Ultima actualización 28-10-21

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PODER CARISMATICO

Por Lic. Rigoberto A. Becerra D. (MAF)

En aquel país, en muchos aspectos premiado por la mano divina, el tiempo pasaba sin muchos cambios. Los hechos se sucedían muellemente con largas pausas perezosas. Sus habitantes eran, en su mayoría, pobres pero honrados, además de poco cultos, de buenas y apacibles costumbres, siendo uno de sus más apreciables anacronismos el casi extinguido gusto por la hospitalidad, de la cual daban testimonio los diferentes visitantes exporádicos o regulares de otras latitudes. Todos los hechos más o menos distinto a lo rutinario, ocurrido dentro de sus cuatro puntos cardinales, adquirían, por lo tanto, proporciones de acontecimientos inusitados que interrumpían la monotonía, aburrimiento y el talante tranquilo de sus habitantes. Uno de estos sucesos, intrascendentes en cualquier otro país, que despertó particular entusiasmo de la población, fue la llegada a la capital, de una muy modesta empresa de teatro, invitada por la Comisión Organizadora de las Fiestas Decembrinas para dar colorido a tan celebradas festividades.

En realidad, la empresa teatral estaba integrada por actores de segunda y tercera categoría de este medio, de muy poco y limitado oficio, con un repertorio muy pobre de obras, donde una de sus pocas obras de ese muy poco repertorio era: "Por ahora", escrita por un también oscuro dramaturgo, y la cual había sido representada realmente en otros países con muy escaso éxito. Sin embargo, en este País, considerando lo poco cultos de su población, desde el primer montaje en el modesto museo de la ciudad capital, donde se refugió la modesta empresa de teatro, despertó un clamoroso entusiasmo en el público.

El personaje principal de la obra, de origen ruso, llamado Oguh, era un aprendiz de dictador, muy despiadado, que a pesar de su poco léxico, era singular por sus excentricidades y su electrizante demagogia.

En el primer acto, Oguh aparecía ordenando la muerte de su propia esposa, freída en una caldera con manteca, después de acusarla de ser una satánica y haber cometido adulterio durante el sueño en los últimos años, porque diariamente la veía abrazarse sensualmente a la almohada y sonreír orgásmicamente mientras dormía. Pero el verdadero clímax de su actuación lo lograba en el último acto, cuando el pichón de dictador inauguraba, de su propia creación, la última novedad en cámaras de tortura, superior incluso a la famosa tortura china. Después de romper con su pecho, de jugador de fútbol americano, la cinta tricolor infaltable en estos actos protocolares, y saludar a todos y cada uno de la audiencia, ordenaba, a su servil y envejecido ayudante (muchos le decían adulante), entrar en la espantosa máquina de tortura y el mismo le aplicaba el grotesco suplicio, sin parar de hablar por horas y horas, en una retórica que aumentaba la tortura. En esos momentos los espectadores, obligados o no a la asistencia, permanecían en un estado de profunda hipnosis, algunos con unas sonrisas de idiotas en sus rostros, como conmemorando lo realizado por el aprendiz de dictador.

El dictador Oguh, excelentemente caracterizado por un aficionado (actor de tercera categoría, que aunque muy buen estudiante en su promoción, en la práctica no había dado buenos resultados) llamado Rafael Nosabes, era, por una burlesca contradicción, hombre demasiado tímido, inseguro, de pocas palabras y lleno de temores e inhibiciones sexuales, además de poco agraciado según las damas. No obstante, su metamorfosis en el escenario, frente a su público, lograba tal intensidad, que su rostro adquiría una sugestiva fuerza demoniaca. Luego de concluir cada representación, reclamaban su presencia en el escenario, donde se mantenía primero totalmente inmóvil, saboreando su triunfo, y con los brazos extendidos, escuchando la ovación y viendo caer una lluvia de flores a sus pies, para después empezar a saludar a tutirimundachi, desde el gobernador, quien siempre asistía, hasta al personal de limpieza y a los porteros, con un saludo militar.

A pesar de sus triunfos en la comedia, la cual se repetía noche tras noche, la personalidad de Rafael Nosabes parecía tan deslucida cuando se encontraba fuera de actuación, que fácilmente lo opacaban otros individuos menos inspirados, pero mejor dotados para la impostura cotidiana.

El éxito de la obra "Por ahora" fue apoteósico, siendo presenciada cada noche por un gran número de personas de la vecindad y de las ciudades y pueblos vecinos. El Presidente del Congreso, en persona, le hizo entrega al celebrado primer actor (de tercera categoría), de una réplica de la estatuilla "El ojo pelao" en reconocimiento a su méritos. El gobernador de un importante Estado del País, le obsequió un libro: "Oráculo del Soberano". Muchas damas de la Sociedad, e intelectuales, le invitaban a reuniones, fiestas y saraos.

De esta manera y por todo estos aplausos, condecoraciones e invitaciones, en el alma de Rafael Nosabes fue acrecentándose una asfixiante envidia hacia su doble Oguh, comprendiendo dolorosamente que era el otro y no él, quien cautivaba al público, quien lo hacía delirar, quien recibía sus aplausos, dones y condecoraciones. Las mismas mujeres hermosas que aplaudían con delirio y arrojaban flores al tirano Oguh, ignoraban después al insignificante ciudadano Rafael Nosabes. El rencor contra su propia naturaleza se le fue haciendo insoportable, aunque por la noche, en sus largos insomnios, fantaseaba sobre la maravillosa existencia del déspota rodeado de poder, de amantes, riquezas, sirvientes y aduladores.

Así, tanto fue impulsado por el sentimiento de frustración, que una noche, después de finalizar su gran acto, mientras aún escuchaba los clamorosos aplausos y gritos de su público, de su pueblo, decidió no regresar nunca más a su camerino, donde se sentía encuartelado. Serenamente, pero con gran decisión, bajó de la tarima y atravesó la sala, donde se produjo un instantáneo y temeroso silencio, donde se podía oír el volar de los zancudos, o mosquitos. Salió a la calle y caminó rápido rodeado de una muchedumbre enmudecida y ensimismada que aparentemente no sabía lo que hacía. Con gran altivez con su traje de actor militar, igual que como lo hacía cuando estaba representando su obra "por ahora", ascendió la escalinata que conducía al Palacio de Gobierno, a la Gran Casa Roja. Los guardias le rindieron el saludo militar acostumbrado, y esta vez no rompió el protocolo, y lo acompañaron hasta la oficina donde estaba el Jefe del Gobierno, quien, al reconocerlo, ensayó una leve y respetuosa inclinación de cabeza en señal de acatamiento y le entregó el mando, sin derramamiento de sangre, por ahora.

Esa misma noche, y a esa misma hora, se inició su sangrienta dictadura de facto que se prolongaría por espacio de 13 años, y que pudo ser mas a no ser porque el destino le jugò una mala pasada y se lo llevò de una penosa enfermedad, dejando sin embargo su legado que siguiò haciendo tanto daño a ese paìs. En su primer decreto, el tirano Oguh ordenó el inmediato cierre del Congreso, del Teatro, de la Iglesia, cambió la Constitución colocando sus doscientos y tantos artículos a su favor, se mudó a la Gran Casa Roja, y por si fuera poco, condenó al comediante Rafael Nosabes al destierro perpetuo. Cuentan que sus atrocerías fueron innumerables, sus enfrentamientos con las fuerzas vivas y muertas que no estaban con él fueron el pan nuestro de cada día, sus guerras con los países vecinos y lejanos no se hicieron esperar. Nadie, ni siquiera su favorita dentro de sus favoritas, pudo verlo sin su maquillaje de dictador, la espuela de diamante en la bota derecha y el libro el Oráculo del Soberano en el bolsillo trasero de su pantalón..

Un periodista jalamecate intentó eternizarlo con el apelativo de El Carismático, señalando que Dios, él y Bolívar, para los que salgan.

Al principio se mostraba continuamente y por horas ante su público en el Balcón del Poder, y repetía ante su público el demencial monólogo que le diera fama. Después, por sus continuos viajes fue espaciando su presentación y se mostraba sólo una vez al año, repitiendo y repetiendo siempre lo mismo, no olvidando nunca ese "por ahora" que le dio fama. Cuentan, quienes pudieron llegar hasta el final, que hasta el fín de su poder y de sus días mantuvo una fuerte y no muy secreta añoranza por el samán de guere.

¡QUIEN TENGA OJOS QUE VEA! ¡NO SEA USTED LA SIGUIENTE.!

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